Eusebio Leal Spengler

Eusebio Leal Spengler

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publicado el 04/08/2020

Eusebio Leal: La memoria de los héroes nunca me será ajena

Si recordar es volver a lo vivido, entonces eso hizo el doctor Eusebio Leal Spengler al llegar, como lo hiciera en sus años mozos, al periódico Granma, adonde fue invitado, en la mañana de ayer, para acompañar a todos los trabajadores del Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba, en sus jubileos por el aniversario 66 del 26 de Julio.     

Cuesta creer que este hombre de ilustres esencias, capaz de estremecer con su palabra y su obra hasta al más impenitente, hubiera llegado en su juventud, tímido y en son de espera, a este sitio, a entregar sus «humildes crónicas», pulsadas desde las visiones de un niño que contempló el derrumbe de la vieja sociedad y advirtió la potencial emergencia de «la Revolución, con la figura hechizante de Fidel a la cabeza».

Las noches en el periódico fueron muy importantes, dice, poco después de haber iniciado su discurso, en el que evocó a figuras como Emilio Roig, José Zacarías Tallet, José Antonio Portuondo, Conrado Massaguer… todas fuentes de conocimiento y pensamiento. Pronto el auditorio advierte que la charla se deslizará por aquellas lejanas estancias cuando el legendario Agustín Pi le corregía los «defectos» estilísticos y «una muchacha encantadora» llamada Marta Rojas se hiciera cargo de él allí.

De esos primeros tiempos, en contacto con el universo periodístico, resulta inevitable evocar al capitán Jorge Enrique Mendoza, «el que hizo periodismo en la Sierra», el «hombre sentencioso a quien había escuchado de niño en Radio Rebelde por las noches, para captar una señal»; y visualizó para nosotros la página ideológica, foliada con el número dos, la que «llevaba siempre la posición del periódico con relación al acontecer político».

Aquí supo de las jerarquías noticiosas, del valor del titulado, de la emoción de ver un pensamiento escrito con tinta de imprenta y de la sustancia de la noticia, del valor de la palabra escrita, de la angustiosa búsqueda de la verdad, tan esencial en la profesión del reportero.  

Como una divisa guarda en su memoria, que «está aquí en el periódico», el haber podido escuchar la voz de Celia, con su acento tan particular, llamándolo Eusebito, y haber conocido en este sitio a los grandes héroes de la epopeya revolucionaria dirigida por el Comandante en Jefe Fidel Castro.

Una profunda admiración por estos hombres conducidos por el líder de la Revolución se advierte desde la anécdota oportuna para hacer reír a un público que en medio de la pasmosa atención ha empezado a «sufrir» a causa de un sonido estrepitoso que llega desde los exteriores e interrumpe la nitidez de su voz: «No los espante el ruido del mundo, porque en medio del mundo tenemos que vivir». Se trata de convivir con la realidad, de explicarla, de conocer lo que está pasando. Y hasta alegrarnos de que ocurra. Porque el silencio es malo. «Ayer, hoy y mañana existirán siempre, ante cualquier obra y cualquier trabajo, grandes contradicciones», explica en la más perfecta demostración de serenidad ante lo adverso.  

La pasión, tan natural en su verbo, se agiganta cuando habla del suceso que le cambió la vida de un golpe a sus contemporáneos: «fue la Revolución la magna, la grande, la que puso a mi generación, llena de deseos..., a trabajar por ella, a luchar por ella».

Leal habla del sentido extraordinario que representa estar hoy en Cuba, en el momento en que vivimos. No concibe enrumbar el pensamiento sin regresar una y otra vez a Fidel, en un retrato donde el líder emerge en sus naturales dimensiones.

A la difícil tarea desempeñada por el Comandante en Jefe de manejar un Estado y una Revolución agredida y atacada, donde hubo desde siempre que calcularlo absolutamente todo, hizo alusión: «era un maestro en el arte de la política exterior y comprendió que la dirección principal de esa batalla estaba en las relaciones entre Cuba y EE. UU., país que «jamás quiso la independencia de Cuba», espetó.  

Tras la muerte de Fidel, vacío experimentado por los mejores hijos de Cuba, «entra en juego una figura relevante en la historia del movimiento», dijo, para hacer obvia referencia al General de Ejército Raúl Castro Ruz.

En apretada síntesis Leal retrató al hombre que no incumplió ninguna de las tareas que le fueron dadas, al niño al cual el hermano insurrecto fue a buscar al hogar y desde entonces le creció, a modo de continuidad, «una vocación que trascendió lo puramente fraternal»; «el adolescente de la bandera del día glorioso del entierro de la constitución»; «el más joven que aparece en la foto del Moncada»; el creador del Segundo Frente; «el primero en entrar en el cuartel Moncada, cumpliendo la orden de Fidel»; el que arrebató de la pared, pisoteó el retrato del dictador y provocó el derrumbe moral de todos los que habían asesinado allí a sus propios compañeros».

Raúl –continuó–  teniendo a Fidel y a Vilma enfermos, «asumió la difícil conducción del Estado y del Partido», y es el mismo que «logró poner al Estado en condiciones de regularidad, el que renegoció la deuda externa, porque en el momento en que lo hizo fue cuando era posible; el autor de la ley migratoria, de la distribución de las tierras; el de la regularización del trabajo por cuenta propia; el autor, fundamentalmente del texto constitucional, al haber presidido la comisión redactora, «el que dejó el Estado ordenado y organizado y supo hallar, en la masa de los dirigentes del PCC al joven Presidente Miguel Díaz-Canel».

El modo en que nos honra la lealtad de Raúl a los ideales fidelistas fue subrayado por el orador, quien recordó al General de Ejército como protagonista de la histórica conversación con el presidente Barack Obama, el 17 de diciembre de 2014, y advirtió que aunque sean muy difíciles los momentos actuales, la Revolución Cubana es un acontecimiento irreductible.

Como un hombre afortunado que pudo conocer en el periódico a tantos dirigentes de la gesta revolucionaria se consideró Leal: «Me enorgullece ser hijo de mi tiempo. Hijo de la Revolución y haber accedido a ella en medio de una impreparación absoluta», dijo, a la vez que recordó la «orden» benevolente que recibiera de estos fundadores: «Consagra tus esfuerzos y tu espiritualidad a una obra. Fórmate, estudia».

Como quería Fidel, Leal fue a la Universidad: «Después vinieron muchos reconocimientos, pero ninguno vale lo que yo vi. Si me quedara ciego, la luz de mi tiempo estará dentro. La memoria de tales héroes nunca me será ajena».

Fuente:  Madeleine Sautié / Diario Granma - Publicado el 24 de Julio de 2019 

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