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24 de febrero de 1895: José Martí y la reanudación de la guerra por la independencia de Cuba

Martí consagró una gran parte de su vida a lograr que en Cuba se reanudase la lucha por la independencia.

Puede decirse que desde la etapa de su juventud él evidenció sus sentimientos patrióticos y años después se convirtió en un gran continuador de la labor realizada por hombres de la estirpe de Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, por tan sólo citar dos figuras relevantes a manera de ejemplo.

Cuando en 1868 se inició la guerra por la independencia  Martí tenía tan sólo 15 años.

Atendiendo a su edad y al hecho de que vivía en La Habana y la guerra se había iniciado en la parte oriental del territorio cubano, él no participó de modo directo en las acciones que se llevaban a cabo, pero sí con la fuerza de la palabra evidenció su apoyo y simpatía al respecto.

Precisamente en 1869 elaboró un soneto titulado 10 de octubre en el que resaltó en su parte inicial:

                   “No es un sueño, es verdad: grito de guerra

                   Lanza el cubano pueblo, enfurecido;

                   El pueblo que tres siglos ha sufrido

                   Cuanto de negro la opresión encierra.

Incluso desde muy joven Martí padeció los horrores del presidio y tuvo que realizar trabajo forzado por sus convicciones de carácter patriótico.

Tras ser deportado en 1871 a España publicó trabajos en los que fustigó al régimen colonial  imperante en Cuba y también instó a los gobernantes españoles, cuando se proclamó la República en el país ibérico, a asumir una actitud consecuente con respecto a la liberación de Cuba.

En un trabajo titulado La República española ante la revolución cubana, que escribió en febrero de 1873, Martí planteó las siguientes interrogantes a los nuevos gobernantes españoles: “Y si Cuba proclama su independencia por el mismo derecho que se proclama la República, ¿cómo ha de negar la República a Cuba su derecho de ser libre, que es el mismo que ella usó para serlo? ¿Cómo ha de negarse a sí misma la República? ¿Cómo ha de disponer de la suerte de un pueblo imponiéndole una vida en la que no entra su completa y libre y evidentísima voluntad?

Con el decursar de los años Martí también puso de manifiesto su decisión de dar su contribución a la lucha por la independencia de Cuba con hechos específicos, no sólo con las palabras.  Y ello se evidenció durante su estadía en La Habana entre 1878 y 1879.

Tras la conclusión de la guerra de los diez años, él pudo retornar a Cuba. Ya estaba casado e incluso estaba próximo a nacer su hijo puesto que su esposa tenía varios meses de embarazo. No obstante, el centro de las preocupaciones de Martí era la situación que padecía Cuba.

Fue así como después de conocer y relacionarse con Juan Gualberto Gómez y otros patriotas empezó a participar en actividades conspirativas, e incluso pronunció discursos en los que puso de manifiesto su condena a la situación de dependencia de su tierra natal a la metrópoli española.

En septiembre de 1879 Martí fue detenido y otra vez deportado hacia España, país en el que sólo permaneció unos meses ya que en enero de 1880 se traslada hacia Nueva York.

En esta ciudad norteamericana continuó vinculado con actividades relacionados con el empeño de lograr la independencia de Cuba. Precisamente el 9 de enero del año citado lo designaron vocal del Comité Revolucionario en Nueva York y el 24 de ese mes, ante los emigrados cubanos reunidos en el Steck Hall hizo un análisis acerca de la situación cubana y  planteó que el deber debe cumplirse sencilla y naturalmente. Instó a sus compatriotas a continuar la lucha por la independencia  y rendirle tributo a los que habían caído en ese empeño al  expresar:  “¡Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria, se unirá el mar del sur al mar del norte, y nacerá una serpiente de un huevo de águila.”

En los años siguientes Martí apoyó los esfuerzos que se hacían para lograr la reanudación de la lucha independentista, pero en 1884 decidió apartarse por no estar de acuerdo con los criterios imperantes en torno a la organización de la guerra, cuestión que se lo expuso en significativas cartas a Máximo Gómez y a Antonio Maceo. Pero ello no quiso decir que dejara de pensar en lo que para él siguió constituyendo un sueño: lograr la liberación de su tierra natal del dominio colonial español.

Y fue así como en la etapa final de la década del ochenta y principios del siguiente lustro, Martí se empeña otra vez  en hacer renacer la guerra a la que calificó como necesaria.

Para ello realizó una encomiable labor política. Contactó a  viejos luchadores independentistas, como Máximo Gómez y Antonio Maceo, incentivó a los jóvenes patriotas, a los que catalogó como Pinos Nuevos, creó un periódico que tituló  “Patria”, para propiciar la difusión de las ideas por la independencia y también creó el Partido Revolucionario Cubano, para contar con el instrumento adecuado capaz de organizar la guerra.

Durante años Martí lleva a cabo una decisiva y constante batalla con la fuerza de la palabra como arma esencial. Fue capaz de motivar desde veteranos combatientes como a muchos jóvenes interesados en lograr la reanudación de la guerra por la independencia cubana.

Baste recordar algo que expuso el 26 de noviembre de 1891 al hablar ante un grupo de emigrados cubanos residentes en Tampa, para aquilatar como Martí con su verbo elocuente contribuyó a motivar a los cubanos en el empeño de reanudar la lucha.

Él enfatizó en el citado discurso: “ …¡pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en preparar; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito de trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darles tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario, alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos. Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: Con todos, y para el bien de todos.”

Martí no sólo instó a sus compatriotas a participar en la nueva etapa de la guerra que él organizaba, sino que se preocupó por lograr que dicha guerra estuviera debidamente organizada y con objetivos muy bien definidos. Y esto lo hizo constar igualmente en cartas, y de manera esencial en documentos y circulares que firmó en este caso en unión del Generalísimo Máximo Gómez, como es el caso del históricamente conocido como Manifiesto de Montecristi.

Y consecuente  con el principio de que un hombre debe estar allí donde es más útil y consciente de cómo podía influir con la fuerza del ejemplo, pocas semanas después de reanudarse la guerra en Cuba, José Martí logra trasladarse hacia su tierra natal y se enfrenta a los peligros que entrañaba estar donde se llevaban a cabo los enfrentamientos con los soldados españoles y además a condiciones de vida extremadamente difíciles.

Y lo hizo con plena motivación, tal como lo expresara en emotiva carta que le escribió desde Cuba a Carmen Miyares y a sus hijos, fechada el 16 de abril de 1895, es decir a unos días de haber llegado al territorio cubano: “Es muy grande, Carmita, mi felicidad; sin ilusión alguna de mis sentidos, ni pensamiento excesivo en mi propio, Ni alegría egoísta y pueril, puedo decirte que llegué al fin a mi plena naturaleza, y que el honor que en mis paisanos veo, en la naturaleza que nuestro valor nos da derecho, me embriagaba de dicha, con dulce embriaguez.”

Y resumió seguidamente en una frase llena de simbolismo la grata sensación que le embargaba al enfatizar: “Sólo la luz es comparable a mi felicidad.”

Consecuente con sus principios se mantuvo  con singular entereza en el territorio cubano donde se produjo en la zona de Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895 su caída en combate.

Despareció físicamente pero no dejó de ocupar un lugar cimero en la historia de Cuba y ha continuado siendo a través del tiempo un símbolo, un ejemplo de ese hombre entero que mientras haya obra que hacer no tiene derecho a descansar.

Y es que José Martí por la trascendencia de su existencia y la vigencia de su legado ha hecho realidad un principio que expuso cuando aseguró: “…los muertos son las raíces de los pueblos, y, abonada con ellos la tierra, el aire no los devuelve y nutre de ellos.”

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