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Rememora Elián González encuentros con Fidel
Fidel, el amigo más querido de Elián, así titula la periodista Yunet López Ricardo, su narrativa publicada en el sitio digital del Centro Fidel Castro Ruz, sobre la presencia en el espacio Con luz propia, de esa institución, de Elián González Brotons, "el niño que hace 25 años protagonizó una intensa batalla legal y política por su regreso a Cuba", recuerda la reportera.
El niño tiene ya 31 años. Los ojos temerosos con los que lo conoció el mundo a través de las noticias en noviembre de 1999, cuando recién llegaba a las costas de la Florida luego de naufragar, reflejan hoy certezas felices, sueños luminosos. Subió esta mañana los peldaños a la entrada del Centro Fidel Castro Ruz de la mano de su pequeña hija quien se fraguó en la breve y profunda adversidad de su infancia, la cual marcó su vida, su futuro, y lo convirtió en un símbolo de dignidad y de lucha a toda costa por la inocencia.
Elián González Brotons, en el espacio «Con luz propia» del sitio que lleva el nombre del Comandante que tanto hizo por su regreso a Cuba, evocó en sus remembranzas los días de sus encuentros con Fidel, el susurro tierno del Comandante cuando le hablaba, sus sonrisas cómplices, y mostró, con su palabra firme y corazón noble, que se ha hecho un hombre asido a los principios de lealtad de su padre Juan Miguel y a los de un Comandante a quien, desde que supo encontrase en su mirada, quiso como a un abuelo y llamó amigo.
«El agradecimiento no cabe en una palabra, es inmenso, es grande, es extraordinario. No fue solo el hecho de devolverme a mi familia, a mi padre, a mi hogar, sino la forma tan exacta, tan correcta en que lo hizo, buscando siempre preservar mi inocencia, mi estabilidad emocional, fueron tantos los detalles que tuvo en cuenta, fue tan certero en cada acción, en cada orden.
»Recordará la prensa que durante muchos años el Comandante no permitió que se me hicieran entrevistas, que se me abordaran los periodistas, trató de proteger mi niñez, de que no me sintiera abrumado, me devolvió a mi aula, a mi municipio, al lugar que yo conocía. No volvimos para vivir en La Habana, alejarnos de nuestras raíces, regresé a mi lugar, a mi escuela, con los mismos compañeros, en la misma aula, con la misma profesora. Fidel fue tan genial en todo que no solo siento el agradecimiento por traernos a la Patria, sino por ayudarme a tener una vida lo más pacífica y amorosa posible.
Él movilizó a todo un pueblo por mí, y me puso en el corazón de cada una de las familias cubanas. Hoy cuento con el aprecio, el cariño de millones de cubanos, y también eso lo logró el Comandante.
Recuerdo la primera Mesa Redonda el 16 de diciembre de 1999 con el tema: ¿En qué tiempo se puede cambiar la mente de un niño? Lo psicólogos decían al Comandante que con unos meses bastaba, esa era una de sus mayores preocupaciones. Imagino que los criterios que sobre él escuchabas en Miami no eran positivos. Entonces, cuando llegas aquí, ¿cómo es que comienzas a conocer realmente quién es Fidel?
Estando en Estados Unidos, cuando aún no me había reunido con mi papá, a mí se me hicieron historias sobre el Comandante, las peores que pudiese escuchar un niño acerca de alguien. Pero cuando yo me reencuentro con mi papá, él, aunque nunca fue insistente, me hablaba de un hombre al que le estaba muy agradecido y a quien él quería mucho: Fidel. Entonces empecé a comparar esa idea que ya me habían trasmitido con las vivencias que mi papá me contaba, y todo lo que ese hombre había hecho para que yo estuviese otra vez con él. Además, cada una de las cosas buenas que me estaban pasando luego de reunirme con mi papá, tenían detrás a Fidel.
Después del reencuentro demoramos unos meses en volver a Cuba, y sucedieron muchas cosas en ese tiempo, las cuales podrían parecer simples, pero significaron mucho para mí. A nosotros se nos enviaron desde aquí, en cassettes, videos de la familia, episodios de muñequitos cubanos, y todo eso contribuyó a que me sintiera otra vez en mi espacio, me devolvían a mi lugar, allí era donde verdaderamente yo quería estar. Ante cada pequeña alegría de esas, mi papá me decía: «Eso te lo mandó Fidel». Todo ello fue creando mi vínculo con ese hombre que no podía ser tan malo como me lo habían contado.
El primer encuentro con el Comandante fue el 14 de julio del 2000. Tuvo hasta la delicadeza de esperar un poco para conocerte luego de tu llegada. ¿Qué impresión te causó Fidel?
Cuando lo vi yo quedé hipnotizado, para un niño era muy impresionante estar frente a él, alto, vestido de verde olivo, con una barba blanca. Primero me mostró que era amigo de mi familia, se dirigió a todos, pero no con el saludo de un presidente, de un Comandante, sino con el cariño que se había ganado y el que ellos ya le tenían. Se besaron, se abrazaron. Fui el último al que saludó, se me acercó y me dijo: «Yo te conozco, yo he oído hablar de ti».
Y entonces ocurre la anécdota del libro La edad de oro y la caja de bombones, cuando después de obsequiármelos me dice: «Ten cuidado no te comas el libro y te leas la caja de bombones». Y ahí se rompió esa distancia, esa frialdad hacia la figura impresionante, y vi que también había un niño en él.
¿Cómo creció entonces esa relación tan especial que siempre tuviste con el Comandante?
Fue sucediendo un encuentro tras otro, él constantemente nos visitaba. A veces en las tardes pasaba solo algunos minutos para ver cómo estábamos, qué había hecho yo durante el día, pero siempre percibí una preocupación tan sincera en que yo estuviese a su lado y preguntarme, verme a los ojos. Él, con su genialidad, borró todo temor, borró toda la historia anterior y construyó la suya propia.
Fui conociendo de a poco la historia de Fidel, en la escuela, en la casa, oía de mi generación, o las anteriores, cómo para cada persona era un anhelo poder conocerlo, y para mí saber que lo podía tener cercano se convirtió en un orgullo y en una oportunidad que sentía no podía desaprovechar, que debía explotar al máximo.
Nuestras conversaciones eran muy francas, y a través de mí él conocía todo sobre mi escuela, ubicada en Cárdenas, Matanzas, y cómo se desarrollaba la vida de un pionero allí. Fidel llegaba y me preguntaba por la merienda escolar, por los estudios, él indagaba por todo. Al ver su preocupación, me sentía importante, es esa la atención que uno busca de un padre, de la familia, y yo también la tenía de Fidel. Sin embargo, no estaba solo preocupando por mí, él quería conocer qué estaba pasando en las escuelas, con todos los niños, y yo era también otra de sus fuentes de información.
Era tan sencilla la forma de jugar de Fidel, de compenetrarse, él tenía el don de ganarse la confianza de los niños. Jugábamos juntos. Él llegaba a la casa y de lo que estuviésemos haciendo, él quería participar; y si no podía, desde afuera apoyaba el juego.
Recuerdo una vez en que estaba sentado, en medio de una conversación seria y mi hermano se le paró en frente, un niño de apenas tres, cuatro años, y le dijo: «¡Firme!» Fidel enseguida se puso de pie, en firme. Yo lo veía y pensaba: «Pero cómo este hombre, que mi papá me está diciendo que es el presidente, que es lo más grande que tiene este país, que es el que todos admiramos, responde a la orden de un niño y se pone a marchar en un salón». Así eran sus grandezas, eso hacía que nos sintiéramos tan cercanos a él; y que yo lo quisiera cada vez más.
Cuando estaba por llegar mi cumpleaños, o una fecha que sabía significativa, yo le preguntaba a mi papá: «¿Y Fidel viene?» Porque no me interesaba lo otro que pudiese haber, yo quería que estuviese Fidel, lo que más quería era verlo.
¿Cómo fue vivir la experiencia de que el Comandante te visitara en tu casa, estuviera en tus cumpleaños, asistiera a tus graduaciones?
Pienso que eso se convertía en una responsabilidad. Así me lo enseñaba mi papá, y así lo aprendí. Era un privilegio al que no podía fallar; y si Fidel iba a mi graduación mi meta era no ser el mejor graduado, pero tampoco el último, debía dar todo lo mejor de mí para intentar honrar su confianza. Mi meta siempre fue hacer feliz y orgulloso a mi papá, a mi familia, y a Fidel.
Su presencia se convirtió en un regalo. Y mi papá, de un modo genial, siempre buscó la forma de ponerme los pies en la tierra, pues Fidel podía ir a mi escuela, pero yo era un alumno más, como cualquier otro, y parte del privilegio era mantener eso, asumir la responsabilidad de saber honrar esa amistad, ese compromiso.
Fidel tenía una sensibilidad especial para conversar con los niños, ¿sentías tú la confianza para hablarle sobre cualquier tema?
Sí, él inspiraba esa seguridad. No es que sea fácil llegar a él y soltarse a hablar. Por mucho que estuvimos cerca y me dio esa posibilidad, siempre sentí respeto y una admiración tan grande que nunca dejó de suceder lo que pasó el primer día, siempre que veía a Fidel, me impresionaba. Él absorbía el aire de su entorno, me dejaba paralizado, pero cada vez que llegaba a saludarlo hacíamos lo mismo: darnos un abrazo, un abrazo fuerte, sentido, que duraba tiempo, y ahí nos decíamos unas cuantas cosas. Era la forma más linda que al menos yo encontraba para trasmitirle mis sentimientos, y sé que él también lo hacía.
Al terminar el lanzamiento del libro La victoria estratégica, el 2 de agosto del 2010, el Comandante le pidió permiso a tu papá y te llevó hasta su casa. ¿Qué recuerdas de ese día? ¿De qué conversaron?
Recuerdo al Comandante hablando de todo un poco. Almorzamos juntos, y me comentaba sobre los beneficios y las proteínas que tenía el potaje de frijoles. Pero lo que más me marcó fue que en ese entonces yo iba a comenzar duodécimo grado, ya tenía que decidir un camino, una carrera, y le pregunté muchas veces, incluso el periodista Randy Perdomo, quien nos acompañaba, dio sugerencias, pero el Comandante, acerca de lo que sería mi formación vocacional, no hizo comentario alguno. Yo, entonces un adolescente, no entendí en aquel momento su postura, pensaba: «No me ayudó, no opinó». Muchos años después fue que me di cuenta de que el Comandante no iba a opinar, él ya me había dado suficientes herramientas, ya me había preparado, y tenía que elegir por mí mismo, la decisión quedaba por mí. Después, recordando junto a mi padre conversaciones que sostuvo con él, recordaba lo que Fidel le dijo: «Ya Elián es alguien, lo conoce Cuba, el mundo, ahora Elián tiene que ser bueno en algo». Entonces, al pensar en eso, entiendo que a él no le interesaba qué carrera escogiera yo, si iba a ser artista, deportista, cualquier profesión, simplemente quería que fuese bueno en eso, y para ello tenía que gustarme realmente y escogerla por mí mismo.
Educarme y dejarme elegir fue lo que él hizo siempre. No olvido una vez que llegó a la casa y yo, como niño al fin, de 7 u 8 años, estaba pintando. Entonces le dijo a mi papá: «¿A él le gusta pintar?». «Sí, a veces pinta», le respondió. Y Fidel buscó un profesor de dibujo que iba todas las tardes. Otro día llegó y yo estaba jugando pelota; y ahí propició que yo aprendiese a jugar béisbol, me regaló un bate; y así hacía con cada aptitud de mi parte.
Ahora, cuando han pasado los años, uno comienza a engranar todo lo vivido, y encuentra las respuestas. Él quería que yo fuese bueno en algo, me iba preparar para lo que fuese, pero escogería yo; su satisfacción iba a estar en que lo que yo decidiera ser lo hiciera sentir orgulloso a él, y al pueblo de Cuba.
Elián, tú que pudiste conocerlo de cerca, ¿cómo era el carácter de Fidel?
Lo primero es no olvidar que era un ser humano muy sensible, lo que para otros pudiese ser insignificante, para él tenía una importancia extrema, y le prestaba toda su atención. Tenía un temperamento afable, a veces con una jarana intentaba robarse una sonrisa, amenizar el encuentro, pero también recuerdo, por anécdotas de mi papá, que tuvo la posibilidad de estar mucho más cerca, que tenía un carácter fuerte cuando las cosas no salían bien, las corregía en el momento, o cuando trataban de protegerlo en extremo, él cuidaba mucho de los demás, pero no así cuidaba de sí mismo, y se molestaba mucho cuando trataban de protegerlo, de que durmiera, se alimentara, porque él se entregaba por completo a la actividad que estaba haciendo. Mi papá no olvida una ocasión en la que él salió de su despacho y una persona cercana le pidió: «Juan Miguel, el Comandante ya lleva varios días sin dormir, habla tú con él a ver si a ti te hace caso». El Comandante escuchó la conversación, y salió muy molesto. Dice mi papá que nunca hubiese querido vivir ese momento, pues lo que recriminó más fue que no lo utilizaran a él para persuadirlo con ese fin; que iba a descansar cuando lo considerase, pues mientras tuviese fuerzas y tareas pendientes, iba a continuar.
Él era un ser humano extraordinario; y tanto quiso hacer por todos que no le alcanzó el tiempo, la vida; tal vez no logró todo lo que hubiese querido, pero lo intentó con tesón. Hemos tenido grandes figuras a lo largo de la historia nuestra y la universal, pero centrados en un tema, un camino, sin embargo, Fidel se preocupó por todo, por Cuba, el mundo, el medio ambiente, e incontables asuntos.
Hoy, a tus 31 años, ¿crees que has cumplido con Fidel, con lo que él esperaba que fueras en el futuro?
No podría darlo aún por hecho, soy un hombre que se sigue construyendo, tengo aún mucho por aprender. Al final de mis días dirán: «Cumplió» o «no cumplió», pero hasta el último momento yo haré todo para cumplir con Fidel, y con Cuba.
Hoy, como mismo hace más de dos décadas tu padre hacía contigo, empiezas a conversar sobre el Comandante con tu pequeña Eliz, de cuatro años. ¿Cómo es ese Fidel del que le hablas a tu hija?
Cuando ella lo ve en una foto, pregunta, ya lo reconoce. «Ese es tu abuelito», le digo. Todavía es muy temprano para hablarle de nuestras luchas, incluso aún no me atrevería a contarle lo que me sucedió, tal vez se encargue alguien más. Pero cuando ella sea un poco mayor, podré hablarle de historia, en estos momentos lo más lindo que puede tener es la visión de Fidel como un abuelo, alguien cercano, después que lo vaya descubriendo en su inmensidad y que su amor crezca más.
Ella es muy inteligente, y como mismo en mí se despertó un sentimiento por la Patria, porque más allá de mi papá y la familia, en mí había un deseo y un amor por lo pequeño, por mi barrio, por regresar. Cuando yo llegué a Cuba, al aeropuerto, lo primero que yo le digo a mi papá es: «Yo quiero ir para Cuba». Mi papá me decía: «Estamos en Cuba». Pero para mí Cuba era Cárdenas, mi barrio, yo quería regresar a eso. Y hoy, veo a mi hija también así, unida a lo suyo, con un amor por el sitio donde ha crecido, donde primero caminó, y que presta tanta atención cuando uno le habla de ello, que creo que no va a ser difícil el camino, pero lo tendremos que recorrer, y yo la ayudaré a ir comprendiendo.
Esa Patria chica, lo realmente valioso, de la que disfruta Eliz, es también gracias a Fidel. En varias entrevistas has mencionado que el Comandante era para ti como un padre, un abuelo, y que también tenías el orgullo de llamarlo tu amigo, como él una vez se refirió a ti. Luego de una vida marcada por su sabia presencia, cuando cierras los ojos y piensas en Fidel, ¿qué es lo primero que viene a tu mente? Le debo mucho, me dejó con una responsabilidad grande con todo un pueblo. Hoy muchos me ven y piensan que Elián es el amigo de Fidel, el niño que Fidel acogió y lo hizo suyo, él para mí es tan grande que al costo que sea, o del mayor sacrificio, no puedo defraudarlo, debo hacer sentir orgulloso al pueblo que luchó por mí, y ese compromiso lo tengo con Fidel.
(Publicado en el sitio digital del Centro Fidel Castro Ruz)