
José Martí y las cartas que escribió a Federico Henriquez y Carvajal y a su madre Leonor Pérez
El 25 de marzo de 1895 además de elaborar y suscribir el identificado en nuestra historia como El Manifiesto de Montecristi, José Martí escribió varias cartas, entre ellas una dirigida a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal y otra a su querida madre Leonor Pérez Cabrera.
En ese instante Martí estaba a punto de salir hacia Cuba para dar su contribución directa a la nueva etapa de la guerra por la independencia que se había reiniciado el 24 de febrero.
En ambas misivas se refirió a aspectos relacionados con la lucha de los cubanos por lograr la independencia del dominio colonial español.
A Federico Henríquez y Carvajal le señaló que escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación, o de humanidad.
Por el contenido de lo que le expresa, y atendiendo al hecho que a menos de dos meses después se produjera su caída, esta carta ha sido calificada como su testamento desde el punto de vista político.
Federico Henríquez nació en Santo Domingo el 16 de septiembre de 1848 y ejerció el magisterio en su país. Llegó incluso a dirigir la escuela normal de maestros y profesores y también la escuela de bachilleres. Igualmente impartió clases de economía en el Instituto de la Universidad de Santo Domingo.
Fue, además, miembro honorario o correspondiente de varias sociedades, ateneos y academias de Europa y de América Latina. Un ferviente admirador de la causa de la independencia de Cuba y desde su revista Letras y Ciencias, así como en otras publicaciones, defendió el derecho de Cuba a su liberación del dominio colonial español.
En septiembre de 1892 durante una visita que efectuó Martí a Santo Domingo para entrevistarse con Máximo Gómez, conoció a Federico Henríquez quien incluso lo acompañó en recorridos que hicieron por los lugares más pintorescos e importantes de la capital dominicana. Poco antes de la partida de Martí de Santo Domingo, Federico Henríquez lo llevó y presentó en la Sociedad Amigos del País, lugar en el que pronunció un discurso.
Atendiendo a esa relación no es de extrañar que en 1895 cuando se hallaba en Santo Domingo, ya próximo a salir hacia Cuba, Martí le expresara a Federico Henríquez y Carvajal algunas consideraciones significativas en torno al compromiso que tenía con la causa de la independencia de su tierra natal y además le expusiera otras reflexiones sobre su propia vida. En esa carta Martí expuso el gran anhelo que tenía por hallarse en Cuba para poder apreciar y contribuir de modo directo al desarrollo de la lucha por la independencia.
Precisamente en relación con su decisión de enfrentar los peligros que se derivarían de su presencia en el lugar donde se desarrollaban los combates en el territorio cubano, le manifestó a Federico Henríquez y Carvajal:
“Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber.”
Y al referirse al hecho que ya la guerra se había iniciado hacia un mes en Cuba igualmente comentó a su amigo dominicano:
“Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra: si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor.”
José Martí enfatizó en esta misiva que quién pensaba en sí no amaba a la Patria, y tras exponer que su mayor anhelo era participar de modo directo en la lucha y si era preciso morir callado, patentizó:
“Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras Repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo.”
En lo que fue la última carta que José Martí le escribió a su querida madre, Leonor Pérez Cabrera, en este caso también fechada el 25 de marzo de 1895 en Montecristi, él le manifestó: “Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Yo sin cesar pienso en usted.”
Seguidamente se refirió a las incomprensiones que había tenido que encarar en el seno de su familia, y en forma muy especial de su propia madre, por su decisión de poner su vida al servicio de la causa de su tierra natal.
Y le expresó: “Usted, se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y, ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio?”
Le patentizó de inmediato el sentido que le atribuía a su vida y a la existencia de los seres humanos en general al expresar: “Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”
Además le detalló que no obstante en él siempre estaba presente el recuerdo de sus seres queridos y particularmente el de ella al asegurarle: “Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.”
Tras recordar y saludar a sus hermanas Martí le añadió una nota final a esta carta dirigida a Leonor en la que le pidió:
“Ahora bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición. Su José Martí.”
En plena correspondencia con lo que planteara en estas dos cartas, así como en trabajos periodísticos, discursos e incluso en misivas anteriores, Martí llegó a Cuba el 11 de abril de 1895 y durante algo más de un mes, hasta que se produjo su caída en combate el 19 de mayo, evidenció su firmeza al encarar el traslado permanente por distintas zonas de la parte oriental del territorio cubano con el peligro latente de perder la vida en algún enfrentamiento con soldados al servicio del régimen colonial español.
Con una existencia breve pero fecunda él hizo realidad lo que planteara con antelación sobre la muerte en un trabajo publicado el 24 de febrero de 1887 en La Nación, de Buenos Aires, Argentina, en el que manifestó:
“La muerte engrandece cuanto se acerca a ella, y jamás vuelven a ser enteramente pequeños los que la han desafiado.”